domingo, julio 24

Mentira


Hoy he leído en algún sitio:
"La verdad duele una sola vez; la mentira, cada vez que la recordamos".

Las heridas se abren con el recuerdo del engaño,
con lo que se nos hizo creer en algún momento,
con la decepción al descubrir la contraria realidad.

Duelen las mentiras eternamente,
aunque se traten desde la indiferencia y la superación.

Duelen las mentiras porque se nos trató como no éramos,
se nos vio como no somos,
se esperó de nosotros lo que no alcanzaremos a ser.

Detesto las mentiras,
porque el cuerpo se impregna y se pudre,
porque el alma se estanca y ahoga,
porque la vida sigue,
con menos personas con las que contar.

Mentí en ocasiones,
seguiré haciéndolo sin fin,
seguramente,
porque me habéis enseñado a hacerlo.
Me obligáis a ser una hipócrita,
una falsa,
una mala puta
que escupe mierda en lugar de amar libremente.

3 comentarios:

gaia56 dijo...

Lúcida como siempre.
Las mentiras no merecen la pena y además crecen, envuelven y duelen siempre.
Besinos desde la playa húmeda y gris.

Anónimo dijo...

Que joven y que sabia.
Has debido de sufrir mucho.
Mucha fuerza!

Anónimo dijo...

Hola, linda:

Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Hoy no sé porqué recordé los viejos poemas, los viejos tiempos, y acabé leyéndote.

Hacía tiempo que no escribía. Hace un par de noches decidí abrir un blog y empezar otra vez. Como no pretendo hacer borrón y cuenta nueva estoy también recuperando algunos de esos viejos y escasos poemas (debo rectificar: fue así cómo acabé leyéndote), para no olvidar mis errores, pero también para no olvidar que a veces logramos vencer el círculo que tienden a dibujar nuestros pasos.

No sabría decir hasta qué punto esos pasos son totalmente responsablidad nuestra o podemos compartir la culpa, o la grandeza, con todo o algo de lo que nos rodea. Sí sé que he conocido la mentira por los dos lados, aunque alguna vez puse la mano en el fuego jurando que, en todo caso, sólo estaría en uno de ellos.

Ahora la sensación de derrota me acompaña allá donde voy, no sé si para siempre o hasta pronto. Pero en algún momento de lucidez llegué a la conclusión de que no pienso dejar que sea ella, la derrota, quien decida cuándo o cómo. No puedo volver atrás ni cambiar lo hecho; pero tampoco se puede vivir atado a una piedra. Prefiero pensar, tal vez ingenuamente, que el fracaso, después de todo, me ayuda a caminar. Tal vez, incluso, vuelva a poner la mano en el fuego
jurando ésta o alguna otra cosa. No creo en la utopía, pero sí en el trecho recorrido persiguiéndola.
Ahora entiendo algo que yo también leí hace tiempo: "La puerta de la jaula siempre ha estado abierta, eso que escuchas sólo es el viento de fuera".

Un beso enorme. Te quiero mucho.