De repente, sucede algo que te invita a crear y recrear el mundo de mil y una maneras diferentes.
Impera la necesidad de construir algo hermoso; de recuperar todo aquello que, como el agua o la arena, se escurrió entre los dedos.
Impera la necesidad de construir algo hermoso; de recuperar todo aquello que, como el agua o la arena, se escurrió entre los dedos.
Parece que dejaste ir los mejores y decisivos años de tu vida esperando estar preparado y, ahora, el tiempo y la gravedad hacen de las suyas.
La piel y el cerebro se arrugan; las carnes crecen y menguan a su antojo. Las venas, flotan sinuosamente hacia la superficie de la piel, manchada por el sol; salpicada por la vida.
Te cuesta reconocerte en el día a día y, la cotidianeidad, se espesa hasta impedirte pensar con claridad.
Siempre esperando a la próxima vida te descubres al final de la única existente y te preguntas por qué asumiste esto como transitorio.
¡Habráse visto! ¡Increíble idiota!
Absurdo tu, absurdo ayer... ¡Mal nacido mañana!
¿Y tú crees en la familia y la prosperidad? ¿En los viajes, las buenas acciones y la cooperación entre seres humanos? ¿Y tú presumes ser feliz cuando te agota la infelicidad ajena? ¿Cuando ves el hastío de otros en sus rostros aunque, seguramente, sean más felices que tu?
¿Eres tú el que muestra el camino a los demás cuando se quedó inmóvil durante toda una vida y, aún hoy, no tiene ni idea de hacia dónde dirigir sus pasos?
¡Venga ya! A otro perro con ese hueso, Mi Capitán.
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